domingo, 23 de octubre de 2011

ACTO Y POTENCIA

La palabra acto proviene del latín actus y se encuentra relacionada con la noción de acción. Más bien con el resultado de hacer. Es decir, actus es actualidad, plena realidad. Actus es participio pasivo del verbo agere (llevar a cabo, mover hacia adelante). Los participios pasivos en latín frecuentemente añaden una t. Por ejemplo: legere (leer) -> lectus (lectura). También el participio de agere (actus). El verbo latino agere viene de una raíz indoeuropea (ag- = conducir) que dio en español palabras como agente, ágil, o pedagogía. La palabra potencia proviene del latín potentia que viene a significar poder o facultad. También posibilidad.
     Los romanos y escoláticos utilizaron la palabra potentia para traducir el término griego dýnamis (δύναμις). Según el "Breve Diccionario Etimológico de la  Lengua Castellana" de Joan Corominas, dýnamis viene de dynamai o sea "yo puedo", "yo soy capaz". Dynamis  vendría a significar fuerza. Asimismo los latinos llamaban actus a lo que los griegos denominaban enérgeia  (Èνέργεια). Enérgeia está compuesta de en (dentro) y ergon (acción o trabajo).
     Los términos dýnamis y enérgeia cobran especial importancia en Aristóteles. Aristóteles interpretará el movimiento como la actualidad de lo posible, es decir, el paso de la potencia al acto: la actualización de la dýnamis, y que la dýnamis pase a ser enérgeia. Recurriendo al ejemplo clásico resultaría que la semilla es árbol en potencia, pues tiene la fuerza o posibilidad de llegar a ser árbol. El árbol mismo es árbol en acto, pues la potencia ya se ha realizado, concretado o actualizado.

jueves, 20 de octubre de 2011

EQUIDAD

La palabra equidad viene del latín aequitas-atis, originariamente igualdad de ánimo. Y de aequus, igual. Más genéricamente, igualdad. Al parecer aequitas-atis viene a su vez del término griego epiekeia (επιεικεία). Epiekeia está compuesta por el prefijo επι-, que significa encima, sobre, además, también, luego o después; y la raíz εικοσ, esperable, conveniente, razonable o justo. No obstante, Tomás de Aquino entiende que en griego επιικεζ es lo conveniente o decente, ya que επι significa sobre; e ικοζ , obediente. Por medio de la επιικια se obedece de modo más excelente, observando la intención del legislador donde disuenan las palabras de la ley.
     Epiekeia y equidad podrían tener un mismo origen etimológico. Y en un principio, un mismo significado. Puede definirse como interpretación moderada y prudente de la ley, en contra de su sentido literal, pero siguiendo la mente del legislador según las circunstancias de tiempo, lugar y persona. Se entiende que sólo puede aplicarse a las leyes humanas, y no a todas.
     Platón y Aristóteles son los primeros en utilizar el término epiekeia que los latinos y escolásticos transcriben como aequitas-atis.  Para ambos la ley general no puede prever todos los casos posibles, sino que ha de atender sólo a lo que ocurre en la mayoría de ellos. Lo universal no puede incluir todos los casos concretos. Para ambos la epiekeia sería una forma de justicia que tiene en especial consideración los casos particulares. No obstante, uno y otro valorarían de modo muy diferente esta forma de justicia.
     Platón en "La República" opina que la sabiduría práctica del hombre al frente de los asuntos públicos está sobre las leyes. El hombre político, dotado de sabiduría y prudencia, debe juzgar en cada caso concreto lo que es más conveniente hacer. Al final de la vida, sin embargo, Platón piensa que de hecho es muy difícil encontrar un hombre político sabio y recto, y por eso opina en “Las Leyes” que la comunidad política debe regirse por leyes generales. No obstante, las leyes son sólo una especie de sustituto de ese hombre político idealizado. Por tanto, deben ser lo más absolutas posibles para asemejarse a las decisiones concretas del hombre político. De ahí que la epikieia sea considerada como una debilidad, un salirse del campo ideal para dar lugar a una misericordia de carácter particular, humano y sentimental.  La epiekeia aparece así como una desviación de la justicia general.
     La epiekeia, según Aristóteles, no aparece como una desviación o excepción de la ley, sino como una corrección de la misma. Las piedras para edificar los muros de Lesbos son desiguales. No pueden por eso medirse si la regla no es flexible. No son las piedras las que deben adaptarse a la regla, sino la regla a las piedras (Retórica, lib. 1, cap. 13, n° 137a; Ética a Nicóm., lib. 5, cap. 10, 1137a1138a). Para Aristóteles, pues, la ley es justa, pero la epiekeia es más justa todavía, en el sentido que va más allá de la ley, ya que ésta no puede incluir los casos concretos, como hace la epiekeia. (Ética a Nicóm., n° 1137a,2,1138a).
     Mientras que para Platón la epiekeia es una desviación de la verdadera justicia, para situarse en la mera misericordia, para Aristóteles la epikieia es la expresión de un derecho más profundo y auténtico que el de la ley. Y sirve para corregir y completar la ley misma.
     No obstante, aunque epiekeia y equidad pueden considerarse sinónimos, en el ámbito ético-jurídico suelen tener matices diferentes. La epiekeia (trascripción más afín al término griego) se refiere más a la ciencia moral y al fuero interno, mientras que la equidad se refiere al campo del derecho positivo y al fuero externo. Algo similar ocurre con los términos etica y moral. Aunque sinónimos, en el ámbito filosófico se suelen matizar. La  ética (transcrita directamente del griego) se refiere más a la reflexión sobre el fundamento de las normas; y la moral (término de origen latino con el que Cicerón transcribe ethos) se refiere más a las normas como cuerpo de doctrina asumidas por fe o tradición.
     En la época moderna, Giuseppe Lumia ha definido la equidad como el juicio atemperado y conveniente que la ley confía al juez. La equidad constituye el máximo de discrecionalidad que la ley concede al juez en algunos casos, cuando la singularidad de ciertas relaciones se presta mal a una disciplina uniforme. Lumia expone que la equidad no debe confundirse con el mero arbitrio, porque esto significaría un mal uso por parte del juez de sus poderes. En cambio, cuando decide conforme a equidad, respeta aquellos principios de justicia que se encuentran recibidos por el ordenamiento jurídico positivo o que son compartidos por la conciencia común

sábado, 15 de octubre de 2011

ESCÉPTICO

La palabra "escéptico" viene del griego σκεπτικοί (skeptikoi = examinar, mirar con detenimiento) Skeptikoi tiene la raíz indoeuropea spek-, "mirar", "observar", que en griego sufre una metátesis y da también el verbo skopéo (mirar, observar). En cambio en latín se conserva la raíz indoeuropea pura spek-, y del latín nos vienen palabras como especular, espejo o espectáculo.
Comúnmente se entiende por escéptico alguien que duda (es decir, mira y remira, pero no encuentra). Generalmente el escéptico está en desacuerdo con lo que suele estar aceptado como verdad, aunque no propone otra verdad en su lugar.
En la Antigüedad se denominaba escépticos a los seguidores del filósofo griego Pirrón (360-270 a.C.). Pirrón profesó una doctrina epistemológica y ética que abandonaba el juicio y creía que no había nada verdadero o falso, bueno o malo. Consideraba pues que toda presunta verdad podía ser puesta en cuestión a través de un argumento. Pirrón pensaba que la diversidad de opinión existe entre sabios y entre tontos. Y que cualquier opinión que un sabio tuviese podría ser refutada por personas igual de sabias, y con argumentos igual de sólidos. La vertiente ética de su pensamiento se basa en que muchos sufrimientos humanos se derivan de la excesiva credulidad. Si creemos en algo que nos beneficia, y luego descubrimos que es incierto, surge el dolor. Si creemos que algo es verdadero y esto nos perjudica, cuando alguien nos persuade de que es incierto nos percatamos de que estuvimos sufriendo innecesariamente. La duda no es solo una cuestión epistemológica. Es sabio dudar pues evita el dolor de la esperanza no cumplida, el dolor añadido de la frustración tras una falsa expectativa; y el dolor previo que nos aporta la creencia en una idea que tomamos como cierta, y que finalmente descubrimos que no lo es.
El escepticismo de Pirrón es considerado como un escepticismo radical. Tal postura puede derivar en la parálisis de la acción. Si nada es seguro, por nada me puedo decidir. También puede derivar en un relativismo extremo que vendría a cristalizar en una postura cínica. Esto es, si todo da igual, defenderé lo que más me convenga egoístamente. El escepticismo radical también puede, con buen sentido, fomentar el respeto entre las diversas opiniones, lo que significaría rebajar las tensiones dialécticas y las disputas violentas que por su causa se pudiesen desarrollar. No tiene sentido morir, luchar o matar por una idea, pues ninguna es cierta. El escéptico es antidogmático.
 Los escépticos antiguos también eran conocido como zetéticos, palabra griega que deriva de Ζντελγ (buscar). El zetético era más bien el que buscaba y buscaba sin encontrar y sin llegar a conclusión alguna.
 Frente al escepticismo radical de Pirrón existe el escepticismo metódico de Descartes y escepticismo mitigado de Hume.
 Descartes utiliza la duda como un procedimiento para alcanzar algo indudable. Y a partir de ahí, desarrollar un conocimiento seguro. El “Pienso, luego existo” cartesiano constituye la primera certeza que obliga a Descartes a dejar de ser escéptico.
 Hume considera que no hay nada cierto, pero admite que existen diversos tipos de conocimientos que la historia y la experiencia nos da: superstición o ciencia. La ciencia es preferible a la superstición, pues aunque no nos da certeza, nos da una alta probabilidad de aciertos. Hume vendría a decir lo siguiente: en rigor, no sé si mañana saldrá el Sol, pero si apelo a mi experiencia pasada o a lo que me dice la ciencia (asumiendo su alto porcentaje de aciertos) he de admitir que es muy probable que salga el Sol, de modo que actuaré como si fuese seguro que va a salir. El escepticismo de Hume es pues mitigado o moderado, y no es paralizante como el de Pirrón.



domingo, 2 de octubre de 2011

IDIOTA


 
La palabra idiota proviene del griego ιδιωτης (idiotes). Esta palabra la utilizaban los antiguos griegos para referirse a aquel que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses particulares.

La raíz de idiota es ιδιος (ídios) que viene a significar solo, aislado y, en algunos casos, particular y privado.  Esta raíz la encontramos también en palabras castellanas como "idioma" o  "idiosincrasia".

          En la Atenas del siglo V a.C., período álgido de la democracia ateniense, el término ιδιωτης va adquiriendo un matiz despectivo, pues se consideraba mal que alguien se mantuviera apartado de esos asuntos públicos que iban a gestionar su vida. La participación política se consideraba un deber inexcusable. En cierto sentido faltar a ese deber era incomprensible para muchos atenienses, pues pensaban que la vida política beneficiaba a todos, diferenciaba verdaderamente al ciudadano del bárbaro; y, además, el Estado ayudaba a ejercerla si había dificultades económicas. En Atenas existían las "liturgías" o subvención que el Estado daba por asistencia y participación y que sacaba de los altos impuestos que imponía a sus ciudades sometidas y aliadas.

Sea como fuere el término idiota acabó adquiriendo el valor de alguien un poco tonto e ignorante, que renuncia (por voluntad propia o incapacidad personal) a ocuparse de la política que le afecta. Es así como el término prestado al latín ya ha adquirido el sentido de alguien zafio, ignorante, burdo y sin instrucción durante el imperio romano.

Este es el significado que conserva durante toda la Edad Media, aunque en la Edad Media el idiota es además el que no cree en Dios.


          En el S. XVII la medicina francesa establece una clasificación de las deficiencias psíquicas o retrasos mentales, y utiliza el término "idiota", al igual que lo hace con el vocablo latino "imbécil", para denominar uno de los grados de minusvalía psíquica. De ahí sus acepciones como enfermedad mental recogidas en los diccionarios.



No obstante, como todos sabemos, hoy día idiota y también imbécil, se ha convertido en un insulto que hace referencia a las escasas dotes mentales del insultado.

 

DEONTOLOGÍA

Deontología procede etimológicamente del griego δέον, δέοντος (deon, genitivo: deontos = lo que es necesario, preciso o debido; deber, obligación), participio presente neutro (voz activa) del verbo δέω (deō= tengo falta de, estoy privado de, carezco de) y -λογία (-logía = estudio, tratado), es decir, tratado del deber.
        El término deontología es un neologismo introducido a comienzos de siglo XIX por el filósofo inglés Jeremy Bentham. Bentham escribe el libro “Deontología. Ciencia de la moral” publicado en París en 1832 y en Londres en 1834. La obra  constituye un tratado de lo conveniente o necesario, un tratado del deber.